A menudo me gusta reflexionar sobre las ciudades con vida. ¿Qué le da vida a las ciudades? ¿Las personas?, ¿los procesos?, ¿las dinámicas que subyacen en ellas? Puede ser alguna de las interrogantes mencionadas o todas. Lo que tengo meridianamente claro es que las urbes hoy en día son escenarios cada vez más multiversos en los que se desarrolla una combinación de lógicas y sentidos. Si abordamos la vida de las ciudades desde el enfoque de las “Smart Cities”, podemos preguntarnos: ¿qué mueve una ciudad? ¿Cómo se mueve su ciudadanía? Y esto me permite hacerme otra pregunta: ¿qué entendemos por movilidad?
Habitamos y convivimos en sociedades con altos niveles de complejidad y donde el mundo crece en las ciudades. Según proyecciones de la ONU (2019), para el año 2050, el 70% de la población vivirá en el medio urbano y ante tal escenario de concentración de población, la movilidad
tiene mucho que decir; y ser maleable y permeable.
Hablar de movilidad
es vislumbrar un amplio abanico de nociones y perspectivas. Pensar en movilidad
nos pude conducir, por ejemplo, a contemplar los postulados del artículo 13 de la Declaración Universal de Derechos Humanos, que reconoce el derecho a la libre circulación al proclamar que “toda persona tiene derecho a circular libremente y a elegir su residencia en el territorio de un Estado”. Otra noción es considerar la movilidad
como el desplazamiento de personas y mercancías que se produce en un entorno físico, incluyendo los desplazamientos a través de los medios de transporte urbano como líneas de autobuses, metro, trenes de cercanía, bicicletas, patinetes, dispositivos compartidos, desplazamientos a pie y el uso del vehículo privado. Otra acepción de movilidad
se refiere a las actuaciones de la administración pública acerca del transporte. Y así un sinfín de connotaciones según diversas líneas de actuación, enfoques y corrientes.
Según algunas disciplinas científicas, la movilidad
ha sido una pieza central, por ejemplo, en los postulados de la Sociología Urbana y de la Geografía Crítica de los años setenta, ambas con un pensamiento enfocado en la desigualdad socio-territorial del transporte. En los años noventa, con la preocupación puesta en aspectos económicos de las reformas neoliberales del estado, el término movilidad
visitó poco el campo del transporte y de lo urbano.
A principios de los años 2000, la movilidad
se instala progresivamente como paradigma vinculado al advenimiento de las nuevas tecnologías y el fin de la sociedad industrial, en conexión a los cambios en la morfología y estructura urbana. En términos prospectivos, se sitúa entre los objetivos de eficiencia económica, equidad social y sostenibilidad ambiental. En líneas generales, la literatura muestra una transición hacia enfoques más amplios y con énfasis en las personas, más que en los medios de transporte; e incluso se consigna un cambio en el paradigma de pensamiento, del transporte a la movilidad
(Miralles-Guasch, 2002).
Parafraseando a Guasch (2013), la movilidad
es una forma de tener derecho a la ciudad. Por tanto, el derecho a la ciudad también es un derecho a la movilidad
y esta debe ser entendida desde las personas
y no desde los dispositivos.
Otra perspectiva interesante sobre la movilidad
es la que se extrae de la literatura de la Geografía Humana, que se inscribe en el contexto del “achicamiento de las distancias”. Este enfoque recoge la visión subjetiva del territorio, pero se centra en la movilidad
de la globalización
de manera genérica. La definición de movilidad
como práctica social de desplazamiento territorial determina un campo de conocimiento que incumbe las prácticas sociales de desplazamiento de la movilidad cotidiana, de la movilidad residencial
y de la movilidad profesional.
A menudo me gusta reflexionar sobre la movilidad
con vida. ¿Qué le da vida a la movilidad? Las personas. La movilidad
es una noción maleable, que se construye a través de las prácticas e imaginarios que forman parte del desarrollo de las ciudades y del sentido que cada persona le otorga. Más allá de la visión altamente tecnificada de las “Smart Cities” y de la ciudadanía inteligente ultra conectada, la movilidad
“se crea” y tiene tantas acepciones como contextos y apropiaciones simbólicas haya. La
movilidad
más eficiente es aquella que nace desde la inteligencia colectiva, la que ayuda a generar cauces con sentido y tiene como objeto dar respuesta a las necesidades de la ciudadanía.
Referencias
Miralles G, C. (2013). Dinámicas de proximidad en ciudades funcionales.. Barcelona: Ariel.
Miralles G, C. (2002). Ciudad y transporte. El binomio imperfecto. Barcelona: UAB.